el martes 21/03 todos iniciamos nuestro viaje de retorno hacia quito (lizi, valentina, pascual, nuestros dos pequeños nietos: narú y camí; y yo), para lo cual debíamos alquilar otro “mini-bús” que nos llevara desde la paz hasta kasani, ultimo puesto boliviano de frontera. luego debíamos avanzar, ese mismo día, hasta copacabana, tomar una embarcación para llegar en la tarde a la isla del sol, ver ahí el atardecer y al otro día el amanecer. al otro día retornar a copacabana en la tarde, dormir ahí y, en la madrugada del día siguiente, el 23/03 viajar hasta juliaca, donde tomaríamos un avión que nos llevaría a lima y luego a nuestro destino final: quito, ciudad a la que llegaríamos a las 02:00 am luego de un agotador, tortuoso….. pero maravilloso viaje.
el viaje por la carretera que bordea el lago titicaca es muy bello, el intenso azul de sus aguas y de su cielo contrasta con el verde de sus bordes y el blanco níveo de la cordillera real que aparece como telón de fondo.
una hora y media dura la travesía en lancha desde copacabana hasta la isla del sol. por ello llegamos al final de la tarde, justo para alcanzar a ver el atardecer en la cresta de la isla el mismo que se dió, pero sin entregarnos el esplendor del reflejo del sol sobre las aguas del lago, porque la tarde estaba nublada (y bastante fría). antes, al arribar a la isla, habíamos visitado las ruinas donde -según nuestra improvisada guía de 11 años de edad- se había producido el casamiento de huayna cápac y mama okllo, leyenda que explica el origen de la civilización inka. nuestra guía nos mostró la habitación del pecado original, en la que aparecía una piedra-almohada con la oquedad dejada por sus cuerpos. todo esto mientras yo observaba el piso y descubría una mancha húmeda que para mí volvía muy terrenal el encuentro –seguramente divino-, pero me abstuve de realizar este comentario en respeto a la edad de nuestra guía, aunque la sonrisita me duró el resto de la tarde….
a la mañana siguiente, me levanté muy temprano y, al acercarme a la ventana de la habitación del hotel inkakala, descubrí que había un doble arco iris que culminaba a nuestros pies, abajo, sobre las aguas del lago y justo al frente de nuestra habitación. desperté a lizi y tomamos unas fotos, la mía fue la última del viaje, el último registro de este maravilloso viaje por una inevitable razón: se descargó la cámara y había olvidado el cargador en la ciudad de la paz por lo que esta se apagó y silenció, pero luego de esta bella foto, como corresponde a un aparato sensible…..
desayunamos y con nuestros nietos, bajamos hasta el muelle por un largo pero grato sendero entre pequeños hoteles y casitas de tierra, nos embarcamos en la lancha para viajar hasta la punta norte de la isla, mientras valentina y pascual harían este recorrido -de unos cinco kilómetros a pie y sin hijos- sudados y felices bajo una intensa y fría lluvia. pasado el medio día nos encontramos en el “laberinto”, ruina inca a la que nosotros llegamos exhaustos, calmando nuestra sed y la de los niños con granizo recogido a la vera del camino, que se acumulaba en pequeños resquicios y que era producto de la granizada caída en la madrugada. el “laberinto” tenía forma de “sal si puedes”, estaba formado por una serie de habitaciones conectadas por estrechos pasillos, todo construido en piedra y en diferentes niveles adaptados a la topografía, creando una especie de recinto hermético diseñado explícitamente para que te pierdas en las profundidades de tus propias cavilaciones, de tu religiosidad o de los placeres del sacrificio con vírgenes…….todo esto, hace miles de años y en la isla del sol….
retornamos en la tarde a copacabana, dormimos plácidamente en un eco-lodge de paredes y bóvedas de tierra localizado al final de la costanera, con frente al lago titicaca. en la madrugada desayunamos como los dioses y partimos en un nuevo “mini-bús” contratado hasta juliaca, en donde nos dividimos: pascual y yo tomamos el avión que haría escala en cuzco; mientras lizi, valentina y los niños , viajarían directo a lima, en donde nos volveríamos a encontrar para emprender nuestro vuelo final hasta quito.
nuestra escala en cuzco fue divertida ya que nos permitió disfrutar de esta maravillosa ciudad en un fugaz recorrido de tres horas por el centro histórico -con tocada de la piedra de los 14 ángulos incluida-, comer un rocoto relleno y un “chairo” con cerveza cuzqueña en un simpático restaurante localizado en la plaza de san blas, tomarnos la foto frente a la catedral y retornar al aeropuerto para abordar nuestro avión, todo esto en tiempo record, parecíamos turistas japoneses……
ya en quito, cuando me pongo a escribir estas letras, confieso que otra vez he vivido, por eso registro la experiencia en estos testimonios vívidos o testí/vidos……
mis compañeros de viaje los reflejarán con sus propias palabras y seguro que mis nietos, con sus propias y tiernas frases como: “déjame ver…..”, “ya llegamos a bolivia…..? ”, “quiero ir a las canastas voladoras…….” o “abuelo, el lago titicaca es puchilangas…..?”
si habría que sintetizar la maravillosa experiencia en la isla del sol, lo pertinente es decir:
hay que perderse entre piedras y sacrificios, caminar en aterrazados cerros y vivir el tiempo territorial de las inmensas distancias, para encontrarse con uno mismo en el medio del titicaca e iniciarse, cada uno con sus dioses, en el habitáculo húmedo donde manco capac y mama ockllo también lo hicieron….
handel guayasamin, arq.
10/04/2017