en noviembre del 2004, publiqué mi “libro de obra” (si quieren verlo, está en www.handelguayasamin.info), en el que se resumían treinta años de producción arquitectónica y de “otras hierbas” (dibujos, esculturas, textos y reflexiones diversas), entre los que destacan varios artículos vinculados a la arquitectura, los que a pesar del tiempo transcurrido, mantienen su vigencia…
ahora que inicio la publicación de mis arqtí/culos en webearq.blog he considerado oportuno “resucitarlos”. ustedes valorarán su pertinencia….
Libro de obra
Cuando me propuse hacer este libro, me preguntaron: ¿por qué quieres hacerlo?
Creo que no existe una sola respuesta, sin embargo publicar este «Libro de Obra» constituye un acto de reafirmación, una de las respuestas.
Este acto va mas allá de lo personal. Quienes hacemos arquitectura en el tercer mundo debemos afirmarnos en nuestras producciones, en nuestro conocimiento, en nuestras propuestas, en nuestras búsquedas. Ya es hora de que nuestros referentes no sean siempre los de afuera introducidos por distintos medios: en las escuelas de arquitectura, a través de libros y revistas o por el internet. Normalmente nos quedamos boquiabiertos frente a producciones que corresponden a otros contextos, las que difícilmente pueden reproducirse en nuestros países. Con esto no quiero decir que no sea necesario el observar estas obras o que muchas de ellas no sean valiosas. Lo que ocurre es que siempre han sido «los referentes» a tomarse en cuenta, a pesar de que en la mayoría de los casos éstos resulten extraños, o simplemente no válidos para nuestro medio.
Tenemos una actitud de acomplejados que debe ser combatida y superada. Esta actitud no solo desvaloriza lo propio sino que sobredimensiona lo de fuera.
Si pertenecemos a mundos diversos, (iguales en sentido de equidad y diversos en sentido de cultura), debemos tener la lucidez de construir nuestra arquitectura y desarrollarla sobre nuestras propias matrices. Como los árboles, que para florecer o producir sus frutos se nutren de su propia tierra y se oxigenan o reciben la lluvia y el sol universales. Solo así la identidad deja de ser una palabra manoseada y se convierte en cierta. Hacer arquitectura con identidad es una dura tarea, pero es un camino que no solo nos reafirma, sino que nos devuelve la autoestima y sobre todo nos realiza como colectividades que se expresan con fuerza y dignidad en el contexto de los pueblos y de las naciones.
Entonces este libro tiene sentido, ya es parte de una actitud y de un posicionamiento, se constituye en parte de procesos renovadores de espíritus, sin los cuales es difícil hacer nada, menos arquitectura.
Arquitectura y piel
Nuestra piel nos cubre y nos protege, nos relaciona con el medio exterior y con los otros. Es impresionante la cantidad de sensaciones que percibimos a través de ella. Del calor al frío, de la caricia a la agresión, de la suavidad a la dureza.
Así nos enfrentamos al mundo originariamente. Luego nos vestimos, adicionamos una segunda piel que resuelve nuestras necesidades de protección y abrigo. Esta segunda piel nos manifiesta cómo somos y cómo nos sentimos para establecer nuestras relaciones con los otros.
La arquitectura es nuestra tercera piel. También nos protege y nos cobija pero sobre todo nos expresa en las relaciones con los demás.
Protección, cobijo y manifestación de lo que somos o pretendemos ser. Eso es arquitectura y piel.
Nuestra piel nos corresponde y nos acompaña mientras vivimos: losana, suave y delicada cuando niños, tersa y firme cuando jóvenes, arrugada y con manchas cuando viejos. Piel de obrero o campesino, piel de empleado, piel de artista, piel de artesano, piel de político.
Al igual que nuestra piel, la arquitectura nos delata como individuos, como pueblos, como sociedades.
Una arquitectura que envejece con dignidad, al igual que nuestra piel, es una arquitectura honorable, que prevalece por su autenticidad y en la que están por demás los maquillajes.
Espíritu de la materia
Los arquitectos trabajamos con materia y la transformamos en espacios. Resulta simpático cuando, al referirse al proveedor de materiales escuchamos: le busca «el materialista» y no se trata del estudiante de filosofía marxista sino del proveedor de ripio, arena o de piedras, se trata de quien nos deja materiales, pero, ¿nos deja sólo materiales?
Los materiales tienen su espíritu y de ellos emanan sensaciones y expresiones imputables a los seres humanos. La dureza de la piedra no es solo física, al igual que la transparencia del cristal. Tampoco podemos dudar de la amabilidad de la madera o de la humanidad de la tierra.
Transformados en arquitectura, los materiales nos hablan, nos cuentan de sus orígenes y nos trasladan a sus tiempos inmemoriales. Hace poco tiempo, en una pequeña tarjeta sacada a la suerte de la gaveta por el lorito del amigo y poeta Carlos Covarrubias, la tarjeta decía: «tantas piedras guardando la forma». Grata coincidencia.
¿Por qué los espacios -materia trabajada- nos provocan tan diversas sensaciones?. ¿Acaso no nos mienten las antesalas de los abogados y nos provocan miedo las esperas de los dentistas, nos humillan los vestíbulos de la opulencia y nos sobrecogen las capillas?.
Resulta complejo el hacer coincidir el espíritu creador con el espíritu de la materia. Cuando se produce este encuentro, parecería que los espacios estuvieron ahí por siempre, que lo nuevo no existe sino lo de siempre.
La materia nos traslada a lo inmaterial y viceversa. Es como si se cerrara el círculo y en él, nosotros pasáramos de artífices a convertirnos en su instrumento.
Muchas veces, al terminar una obra, tuve ganas de permanecer en ella inserto en una piedra o en una parte del muro. De esta manera experimentaría lo que en esos espacios ocurre durante todo un día, o semanas, o meses, o años. Este sueño de convertirme en materia de la obra debe ser el sueño mayor de los arquitectos del planeta. Quizá luego de esta experiencia muchos no volveríamos a hacer arquitectura.
¿Qué pasa cuando las piedras se juntan en el muro para sostenernos, o cuando las tablas se adosan y se vuelven piso para – machihembradas – hacernos caminar, o los ladrillos se traban formando paredes y se agrietan para observarnos y dividirnos, o las tejas se sobreponen en los techos para protegernos? ¿Acaso no estamos ante mágicos encuentros de materiales comunitarios, que al transformarse en muros, pisos, paredes o techos establecen con nosotros relaciones inmateriales?
¿Por qué será que en las piedras gimen los yaravíes, que en las maderas susurran los pasillos y en el hormigón retumba el rock urbano?
El rito del sitio
Cada obra tiene su sitio. Los sitios son entes permanentes del planeta y del universo. A nosotros nos ha tocado edificar en sitios concretos. Incorporar espacios fijados a estos sitios. ¿Cómo hacer que el sitio acoja estas obras?. ¿Cómo hacer que la obra no ofenda al sitio?.
Los antiguos, antes de iniciar la construcción de la casa, la fortaleza o el templo, realizaban una ceremonia para pedirle permiso al sitio y procurar la bendición de los dioses para los que a futuro la habitarán. Sabia actitud que debemos respetar.
Este es el sentido del rito de la primera piedra, de la K´oa o la «mesa» de los aymaras, del sacrificio o de ceremonias similares vigentes en otros pueblos. No se debe ofender a la Madre Tierra (la Pachamama para los pueblos andinos). Hay que ser grato y humilde con Ella.
El sitio nos ilumina, nos dice cómo orientar la obra, por dónde acceder, qué mirar. ¿Acaso podemos dar las espaldas a los cerros, al valle o al mar? Debemos aprender de los vigorosos emplazamientos de la arquitectura amerindia con más de 5000 años de historia.
Cada sitio en la naturaleza tiene sus propios órdenes y éstos no pueden ser trastocados a riesgo de provocarla. Cuando esto ocurre no hay suerte que nos salve ni dioses que nos protejan.
Arquitectura para los hombres y para los dioses
Es cierto que cuando hacemos arquitectura estamos creando espacios que satisfacen necesidades de seres vivos, entre ellos los humanos. También es cierto que las necesidades humanas no se restringen a trabajar, descansar, recrearse, circular, intercambiar o alimentarse. También creamos espacios para meditar, para orar, para el placer, para vivir.
Los espacios para la vida, no pueden ni deben diseñarse sólo a partir de la función, del orden que impone la función o la razón de la función. En el desarrollo de todas las actividades humanas interactúan la razón y el espíritu. La racionalidad estructura la función, el espíritu se nutre de conocimiento, experiencia y sabiduría. También de las sensaciones, de las maneras de ser, de sentir, de la cultura.
Son tan diversas las maneras del ser cultural, que todas nuestras actividades están marcadas culturalmente. No es lo mismo comer -alimentar la máquina- en un local de comida rápida, que comer -alimentar el cuerpo y el espíritu- en la casa de un amigo. Las diferencias no son sólo formales. El rito del comer, sus tiempos, el espacio, adquieren dimensiones sustantivamente distintas.
¿Cómo pretendemos los arquitectos homogenizar las maneras de vivir? ¿Cómo pretendemos homogenizar los espíritus?Imposible.
Si todo ser humano, de donde fuere o hubiere nacido, requiere satisfacer – de diversa manera – sus necesidades materiales y espirituales, la arquitectura no puede circunscribirse al campo de la razón y de la función. Por tanto, ¿cómo podemos ser funcionalistas o racionalistas?
Toda obra está atravesada por esta dualidad vital: razón y espíritu. Desde la más humilde morada, hasta el palacio imperial; “del puente a la alameda” – como dice el vals – de la capilla a la basílica; todas poseen en sí mismo materia y espíritu, razones y sensaciones.
Existen obras que no fueron hechas solamente para satisfacer necesidades humanas, sino para establecer vínculos con los dioses. Esto ha ocurrido desde siempre y prevalecerá. Son obras cuya escala es a veces reducida o de carácter monumental. No importa el tamaño, el espíritu de estas obras es el mismo. Nos convocan a la introspección, a sentirnos parte del universo en esa dimensión mínima e inconmensurable. A ser la parte y el todo en unidad indisoluble, circular y eterna. No importa si estamos vivos o muertos.
Si somos materia y espíritu, parte y todo, humanos y dioses, ¿no será que la arquitectura que producimos los humanos también es parte de esa dualidad indisoluble?
A estas alturas de la vida, estoy convencido que toda obra arquitectónica debe ser creada para los hombres y al mismo tiempo para los dioses, a veces un poco más para los humanos, a veces un poco más para los dioses.
Arquitectura y globalización
Luego de la invasión de los EEUU a Irak, con mayor claridad comprendí que la globalización no era un término inofensivo referido a la modernización, al progreso o al acceso a la información. Comprendí que globalizarnos significaba aceptar la hegemonía de las superpotencias, de un sistema y de una ideología que despreciaba la diversidad, que imponía sus valores y su forma de vida de la manera más intolerante y prepotente. Que quienes manejan la maquinaria de la globalización: las transnacionales de la comunicación, de la tecnología, del capital financiero, al mismo tiempo manejan las transnacionales de la guerra, del hambre y de la miseria de millones de seres humanos en el planeta.
Para quienes hacemos arquitectura en el tercer mundo, ¿qué significa globalizarnos?
Es asimilar y reproducir, en escalas muchas veces degradadas, los patrones de una arquitectura que no nos pertenece, ni en sus contenidos, ni en sus formas, ni en sus procesos. ¿Todo esto a costa de perder todo vestigio de identidad, de cultura, de sitio, de autenticidad?
¿Es consumir con actitud sumisa y acrítica los elementos tecnológicos producidos en el primer mundo, muchos de ellos obsoletos o descalificados, otros inaccesibles por sus costos y otros que simplemente no encajan con nuestro contexto cultural?
¿Es someternos a soluciones externas, cuyos propósitos no corresponden ni a nuestros problemas ni a sus verdaderas soluciones?
¿Qué pasa con nuestras potencialidades para resolver necesidades básicas de pueblos y países con aspiraciones verdaderamente sencillas, modestas, mesuradas? ¿No será que nos hemos acostumbrado a una especie de complicidad, vagancia e indolencia? Estamos globalizados.
Todo proceso de colonización y de sometimiento pasa por la destrucción física de los referentes materiales del pueblo a dominar. Paralelamente, el colonizador tiene que someter los espíritus, arrinconar la cultura, la religiosidad, la lengua nativa. Atacar el alma, convertirnos en discapacitados de espíritu. Si nos resistimos, entonces la historia está llena de ejemplos de cómo hay que «llevar la democracia, la libertad y el desarrollo a estos pueblos salvajes». Para globalizarlos.
¿Acaso debemos abandonar siglos de estética por estar a la moda? ¿Acaso debemos avergonzarnos de nuestras costumbres y ritos milenarios para festejar el Halloween y cantar el happy birthday?
¿Por qué preferimos un vaso de coca cola a un vaso de jugo de fruta fresca? Estamos globalizados.
En arquitectura estos desvaríos se expresan de diversas maneras: desvalorización de la arquitectura popular, desvalorización de la construcción con materiales y técnicas tradicionales, desprecio a nuestro recurso humano y a su saber, consumismo. Asimilación de estilos y estéticas foráneas. ¿Globalización?
Mientras los sectores más cultos del primer mundo están realizando un viraje de 360 grados hacia lo ecológico, lo natural, lo artesanal, lo orgánico, nosotros nos empeñamos en agringarnos. A pesar de que a ellos y a nosotros nos resulta carísimo el hacerlo. Nosotros nos globalizamos mientras ellos supuestamente se «primitivizan».
¿Acaso no nos agreden las nuevas construcciones en bloque de cemento que por miles han invadido los valles y laderas de nuestra serranía, nuestra costa y nuestro oriente, mientras vemos indolentes cómo se degradan y caen las antiguas chozas, casas de tierra, de caña o de madera?. Estamos globalizándonos.
¿Acaso no nos ofende la plastificación de nuestros campos, con miles de hectáreas cubiertas de polietileno en invernaderos donde se miente a la naturaleza para que nunca se ponga el sol? Signos de globalización.
¿Por qué nos hemos acostumbrado a tanta basura, a tanto plástico? Porque estamos globalizados!
Si nosotros no manejamos ni las comunicaciones, ni la tecnología ni el capital financiero, ¿podemos acaso redireccionar la globalización, hacerla adecuada a nuestras necesidades? Difícil tarea.
Los clientes
La arquitectura sin clientes no existe y si existiera sería muy desgraciada. Detrás de toda obra hay un cliente.
Detrás de toda gran obra también hay un gran cliente. Muchos arquitectos pretenden ocultar sus debilidades o sus desaciertos, haciendo responsables de los errores cometidos en sus obras a los clientes.
Es como si el pintor o el escultor pretendiera justificar un pésimo retrato o una mala escultura porque el o la modelo no eran los adecuados. Esta actitud sólo refleja la fragilidad del espíritu creador del artista.
Todo cliente tiene su manera de ser y de vivir. Tiene su estética, sus gustos, sus sueños. Los arquitectos tenemos nuestra formación y nuestra experiencia. Muchas veces distorsionada o incompleta.
Los procesos de diseño son más claros cuando el cliente sabe lo que quiere y además lo que quiere es correcto. Estos procesos son más tortuosos cuando esto no ocurre.
La relación entre cliente y arquitecto, constituye un proceso que pasa del momento inicial – encuentro entre quien necesita el objeto arquitectónico con quien supuestamente lo sabe hacer – a una convivencia intensa, en la que lo universal y particular de cada cliente debe ser aprendido y procesado por el arquitecto para producir una obra – única e irrepetible – en la que se materializan espacialmente los sueños del cliente y del arquitecto.
Mientras más intensa es la relación entre el arquitecto y el cliente, la obra es más vigorosa.
Cuando el cliente es un estúpido, lo que corresponde es no hacer el proyecto, peor construirlo. ¿Por qué embarcarse en un viaje que de antemano sabemos va a ser catastrófico? ¿Sólo por un plato de lentejas?
Una es la experiencia cuando se hace arquitectura para clientes que, al mismo tiempo, serán los usuarios directos de los espacios que diseñamos y construimos. Otra es la experiencia de diseñar espacios que se ofertan al mercado para potenciales usuarios. La mayoría de los habitantes del planeta vive o trabaja en espacios diseñados y construidos por personas (no siempre arquitectos) con las que el usuario nunca tuvo relación. Es como ponerse un traje de fabricación masiva, que el usuario lo elige porque conviene a sus intereses y que puede ser hasta “de marca”. Hacerse casa con arquitecto es como ir al sastre para que le hagan el traje a la medida. Este todavía es un privilegio frecuente en nuestras sociedades.
Diseñar para el mercado, para el cliente en abstracto supone una altísima responsabilidad y gran sensibilidad. Es crear espacios de calidad, durables, agradables y accesibles; en síntesis: bueno, bonito y barato. Sin embargo, muchas veces nos encontramos con productos, que ofenden esta profesión y que expresan de manera elocuente el poco respeto que muchos arquitectos tienen a sus congéneres o a sí mismos.
Los referentes arquitectónicos deben ser procesados como tales – como referentes – al interior del proceso de diseño, no como modelos. Los modelos atentan contra el proceso creativo, lo degradan, lo convierten en reproductivo.
Como toda relación, la del arquitecto y su cliente debe ser transparente y auténtica. No se trata de que el arquitecto utilice al cliente para hacer su proyecto o viceversa, que el cliente utilice al arquitecto para imponer su idea (que nunca puede ser proyecto porque en ese caso ya no requeriría de arquitecto).
Una intensa y productiva relación entre cliente y arquitecto enriquece el proyecto y hace que el tiempo de obra sea un tiempo grato y vital para las partes involucradas.
Sin temor a equivocarme, creo poder afirmar que mis clientes ahora son mis amigos, muchos de ellos entrañables. Dejaron de ser clientes. Esto también es hacer arquitectura.
¿Cómo diseñar?
Sin duda existen cientos de libros de metodología de diseño arquitectónico. Sin embargo, siempre me he preguntado: ¿cómo se diseña? ¿Es posible trasmitir una metodología que, aplicada, garantice un buen proyecto?
Seguramente todo arquitecto se ha hecho las mismas preguntas. Más aún aquellos que ejercemos la docencia y formamos a las nuevas generaciones de arquitectos. Apasionante tarea.
Hacer arquitectura es un acto de creación, de creación artística. Si partimos de esta premisa obviamente estamos involucrando rigores, conocimientos, experiencia, capacidades, inspiración, destrezas y espíritu.
No es posible enfrentar un proceso de diseño sin conocer el problema, sin analizarlo, desentrañarlo, hasta encontrar sus aspectos fundamentales. Esto supone además enfrentarlo en su específica realidad y contexto. Porque el problema, siendo supuestamente el mismo no es igual aquí y ahora -digamos que en Quito y en el 2004 – que allá y después – digamos que en La Paz y en el 2020 -, y eso que estamos hablando de realidades culturalmente parecidas.
Conocer el problema hasta vivirlo, es el primer gran paso para enfrentarlo arquitectónicamente. A mis estudiantes les digo: «hay que embarazarse con el proyecto, porque al igual que cuando una mujer se embaraza, ésta piensa, camina, ve, respira, se alimenta, lee, conversa, todo lo que hace se relaciona vitalmente con su estado. Igual debería suceder con ustedes cuando asumen un proyecto».
Si ya conocemos el problema, ¿qué soluciones válidas se han producido para enfrentarlo?. Hay que estudiar estos referentes. No podemos seguir inventando el «agua tibia», así reza el popular dicho. Y es cierto. No podemos pretender desconocer las experiencias, los conocimientos, particularmente aquellos forjados con acierto. Debemos reconocer que aquello que estamos pensando hacer ya se lo hizo, así no nos hayamos enterado de ello.
El estudio de los referentes es importante. Es posible que contribuyan al proceso de diseño con carácter orientador. Si los referentes no son válidos o no existen, el reto es mayor, hay que crear un nuevo referente.
No se trata de copiar los referentes, no son modelos, son referentes.
Si hemos adoptado este procedimiento, las soluciones al problema ya no son infinitas, ya no podemos hacer lo que “nos da la gana» o lo que simplemente «nos gusta», porque ya hemos identificado caminos de actuación y derroteros. Nunca hay uno sólo, pero llegado a este punto, tampoco son infinitos.
Para hacer arquitectura, para diseñar, hay que usar ese maravilloso instrumento que todos poseemos: la mano, para bocetear y bocetear, plasmando en dos y tres dimensiones ese imaginario que se va configurando, que se estructura y se desestructura, que se acopla y desacopla, que se escribe y se caracteriza, que se arruga, se rompe y se desecha, que se guarda, que se superpone y muta hasta aproximarnos a la obra, a cada espacio, a cada detalle. Este es el método más antiguo, más sencillo y más fructífero para diseñar arquitectura. Todavía no se han inventado ordenadores que puedan reemplazar este maravilloso vínculo que se produce entre la mano y el proceso creativo que se da en nuestro cerebro y en nuestro espíritu, afortunadamente.
El hacer arquitectura responsable, el hacer creación arquitectónica responsable nos enfrenta a tomar decisiones que resuelvan el problema de manera particular y única. Incorporando el gesto creador individual, el de cada arquitecto que con su experiencia puede resolver el problema de manera mediocre, normal o extraordinaria. Ningún método, por más riguroso que sea nos salva de estas posibilidades.
El hacer creación arquitectónica responsable supone por tanto trabajar con el sitio -medio natural o construido-, trabajar con el contexto social – cultura, historia -, trabajar con la tecnología y los procesos constructivos – industria, manufactura, artesanía -, trabajar con los materiales – de la zona, del sitio, de afuera -, con los recursos disponibles – económicos, materiales, humanos -, trabajar con las voluntades – políticas, religiosas, locales, nacionales -, trabajar con los espíritus – de las personas, de los pueblos, de los cerros, de los dioses -, trabajar en armonía con el contexto y con uno mismo.
Difícil tarea.
Aprendí de este oficio en el camino, diseñando, construyendo. No creo que los arquitectos nacen. Se forman, se construyen.