A principios del año 2016 -en familia-, surgió la idea de darle una serenata al tío Oswaldo Guayasamin (+), celebrando así su día de cumpleaños: el 6 de julio. Llegado el día, la serenata se realizó en la que fue su casa-taller, en Bellavista, en donde muchas veces habíamos compartido -con él y en vida- estos encuentros musicales, rodeados de amigos y familiares, al calor de muchos vinos y tragos. En esta nueva oportunidad, la serenata fue pública y la dimos mi hermano Igor, mi compañera Lizi y yo.
Resultó exitosa y emotiva, a pesar de que era la primera vez que yo cantaba sobrio en esa casa.
Ese mismo día, decidimos replicarla en la Casa Guayasamin, en la ciudad de La Habana.
El 28 de abril pasado viajamos en comitiva a Cuba: Verenice –hija menor de Oswaldo, quien fungía como organizadora del evento; Lizi, mi compañera; Igor, mi hermano; y yo, quienes fungíamos de músicos, a pesar de ser socióloga, cineasta y arquitecto –en ese orden-, pero ahora embarcados en el oficio de cantores y decididos a experimentar nuevos rumbos en nuestros años de envejecimiento lícito. La serenata quedó programada para el día viernes 04 de mayo, a las 17:00 horas.
En principio debíamos llegar al bello departamento que nuestra prima Verenice “tenía en La Habana”, el que estaba ocupado (literalmente) por la hija de su ex esposo cubano y por su familia, lo cual nos impedía alojarnos en él porque “mi prima Verenice tenía un bello departamento en la Habana” (literalmente).
Al empeño del concierto-serenata en la Casa Guayasamin, se habían sumado: Alfredo Alcalde, pintor peruano, su esposa y un par de amigas que, además de llevar el pisco, se comprometieron a preparar una deliciosa picada peruana compuesta de cerdo cocido en salsa de ají amarillo, acompañado con papas, aliños y yuca.
Como nuestra prima Verenice “tenía un bello departamento en la Habana” (literalmente), decidimos alquilar un departamento en el barrio “Centro Habana”, barrio muy popular que, a primera vista parecía una especie de Beirut después de la guerra, porque se caía a pedazos. Sin embargo, el departamento estaba bastante bien, muy limpio y confortable. Nos instalamos en la calle Maloja Nro. 24, entre Águilas y Ángeles (yo diría que entre pájaros de alto vuelo) al medio de una realidad que solo viviéndola la puedes experimentar.
Al costado izquierdo de nuestra puerta (puelta, en versión habanera) teníamos un centro de inter-religiosidad que auspiciaba el encuentro entre yorubas, cristianos, evangélicos, musulmanes y otras religiones vigentes en Cuba. Al costado derecho vivía el “gurú” de esta iniciativa en una especie de museo chamánico lleno de imágenes y objetos de adoración o representación místico-religiosa. Al frente teníamos una escuela de flamenco: “A Compás”, se llamaba, en la cual jóvenes profesoras de este exuberante y cautivador baile, enseñaban a niñas y jovencitas los prodigios del arte del taconeo, las palmas, el movimiento grácil y felino basado en un ritmo intenso y preciso que marca cada golpe, cada paso, cada giro, cada gesto y que a tí, como espectador, te provoca gritar un ole!, otro ole!……..y un oleeee!……prolongado!
Al frente, una precaria tiendita, que ofrecía productos básicos: refrescos, empanadas y perros calientes (no hot dogs), y que es uno más de los miles de emprendimientos que los “cuenta propistas” cubanos están desarrollando en esta, su nueva etapa de apertura del socialismo…
Era peligroso ir a comprar un refresco a la tienda, porque sin el menor recato se te acercaban unas bellas cubanas que te preguntaban: “eres casado?, Sí respondí.! Y tu señora está aquí?, Sí respondí. Entonces disculpe…. En el caso de mi hermano, que es divorciado y estaba solo, las respuestas eran otras y también eran otras las ofertas….
A media cuadra, una pequeña plaza, donde decenas de cubanos y cubanas se conectaban al mundo –por un internet vendido en tarjetas que te otorgan minutos u horas- para saber de sus parientes, amigos o de la exuberante oferta capitalista de videos, bienes o servicios…
De cada puerta en ruinas, de cada casa enmohecida, salía un cubano o una cubana impecables, con la liviana ropa que te permite el clima y con la elegancia y la hermosa presencia de un fenotipo prodigioso, donde cual más, cual menos, parecería hijo/a de los dioses del olimpo en versión mulata, caribeña o afrocubana.
Todos delgaditos y fibrosos –producto de seis décadas de austeridad-, salvo las señoras cubanas de mayor edad que orgullosamente exhiben sus pulposas nalgas en su grácil caminar. Todos hablando en voz alta y en un castellano ininteligible… gesticulado, elocuente y abrumador, sobre todo para un andino tímido, observador y silencioso como el autor de este test/ívido (ustedes me creen, no ve?…)
En estos entornos urbanos, donde el espacio interior es muy limitado y está sobre- ocupado, la vida se traslada a la calle, en la que todo se explicita, se comunica, se comenta y se comparte a viva voz. El espacio público es verdaderamente público, de apropiación pública…
Mientras los niños juegan a las canicas, los jóvenes patean pelota, los mayores cuentan sus cuentos y sus cuitas. Todos al mismo tiempo haciendo que la interactuación y la comunicación sean una realidad cotidiana, exuberante y ruidosa.
Durante la mañana y las primeras horas de la tarde, reinaba la calma que, progresivamente -mientras entraba la tarde noche-, se transformaba en un crescendo de voces que permanecía en histriónica actividad hasta altas horas de la noche.
Ninguno de nosotros tenía activado un celular y en la casa no había teléfono fijo, por lo que Verenice tuvo que agenciárselas buscando un “secretario permanente”, su amigo Carzola, con sus casi 80 años encima, que fungió de enlace para recibir las llamadas o los mensajes de todos los contactos que Verenice “activaba” para el concierto.
Todos los días que lo antecedieron, los destinamos a cumplir con toda una agenda que debía garantizar su éxito: convocatorias personalizadas, entrevista en Radio Habana, compra de insumos para el brindis y el coctel (el pisco ya venía del Perú), arreglos de la propia Casa Guayasamin para que esté “como nueva”, etc. etc.
En toda esta vorágine, también nos permitimos visitar a personajes como Don Pedro Martínez Pirez, Director de Radio Habana; al pintor Fuster, con su exuberante obra gaudiana que se ha viralizado en todo el barrio -quien de paso nos invitó unos tragos y nos cantó a capela-, a Gabriel, un empresario español lleno de iniciativas, radicado en Cuba; a Patricia Rodríguez, directora del Plan Maestro de la Habana Vieja.
Como el martes era primero de mayo y nunca antes – al menos yo- había coincidido estar en Cuba para esta fecha, decidimos marchar. Para el efecto, nos levantamos de madrugada, partimos al lugar de encuentro a las 06:00 am y pudimos constatar que sin duda, en Cuba existía una revolución.
Decenas de miles de cubanos/as, de todas las edades, aparecían todavía a oscuras por las calles que desembocaban en “Paseo”, para dirigirse masiva y alegremente a la Plaza de la Revolución, donde se había instalado la tribuna con las autoridades, entre las que destacaba el nuevo Presidente: Miguel Díaz Canel. Los datos hablan de que desfilamos cerca de un millón en La Habana y más de seis millones en toda Cuba. Impresionante, sobre todo para Lizi que, en media marcha, recibió un beso en la mejilla de un bello exponente de la desenfadada juventud cubana y, con este gesto, convirtió –para Lizi- en inolvidable y revolucionario este primero de mayo…
La tarde de ese mismo día, el feriado del primero de mayo, por iniciativa de Sergio, un chileno ex pariente político de Verenice, quien se había integrado a la comitiva desde el día anterior, decidimos ir a la playa, a la playa popular de María del Mar, donde miles de cubanos/as disfrutaban de su feriado. Nuevamente quedamos maravillados con los esculturales cuerpos de una raza bendecida por los dioses y que esta vez, se nos mostraba casi al natural….
Volviendo a nuestra casa y a nuestra calle, en pocos días ya habíamos establecido relaciones con nuestros vecinos/as que entraban y salían del departamento: los niños por unos caramelos y las mujeres por los solteros de nuestra comitiva (para ofrecerse en matrimonio….) todo lo cual nos llevó a desarrollar intensos debates nocturnos sobre la sexualidad post revolucionaria…
Todos resistimos estoicamente al clima y a las tentaciones, salvo Igor –el principal músico del grupo- que se resfrió con el ventilador, por lo que debimos cuidarlo con agüitas y frotaciones de pecho y espalda para que llegara con voz (no contigo) al concierto.
Así llegamos al día del concierto. Verenice amaneció angustiada porque había soñado que no habían sillas (duda que felizmente luego se esfumó), luego porque no llegaban las peruanas (que llegaron tarde, pero llegaron y con el “celdo” bien adobado). Esa mañana, hasta entradas las primeras horas de la tarde fue una jornada de locos: pelamos las papas y las yucas, limpiamos y colocamos las sillas, probamos el sonido, comimos al apuro, volvimos a la casa para ducharnos y cambiarnos y, finalmente, a las 17:00, todos estábamos perfumados y planchados (literalmente) para recibir a nuestros invitados e iniciar la serenata-concierto, ante un lleno completo, con embajadores, personalidades del arte y la cultura cubana y hasta un ministro de estado que nos honró con su presencia: el compañero Abel Prieto.
Confieso que ya en el escenario pensé que estábamos cometiendo una herejía. Cómo se nos había ocurrido hacer música en Cuba, el país más musical del planeta!. Algo aventados “los primos”. Sin embargo, salvo por el hecho de que no pude silbar en el escenario (como estaba ensayado), creo que el concierto salió decente, emotivo y hasta cautivador….
En la noche, nos juntamos con amigos en el bar de un vasco, sitio tranquilo donde pudimos despedirnos de Cuba, de nuestra serenata y de toda una experiencia enriquecedora, ya que habíamos vivido Cuba en sus diversas dimensiones: la del pueblo llano, la de los personajes del arte y la cultura, la de los funcionarios del gobierno, la de las multitudes y la de los amigos entrañables…..
Todo esto a pesar de que mi prima Verenice “tenía un bello departamento en La Habana…